• The echo of his steps
Paseó con paso firme por los pasillos, con los tres estudiantes pisando sus talones (literalmente, y cosa que ya le estaba generando una migraña), mientras se diría hacia el otro lado del lugar. Prácticamente no había otras personas paseando, ya que era horario de clase y que estos deberían de estar en la propia (recordatorio que les haría al final de esta travesura y jugaría su juego favorito; nunca se pone viejo el asustar a los estudiantes). Girando hacia la izquierda, cómo fue indicado por el más bajo de los tres, su túnica se ondea alejadnos de sus piernas y el silencio, junto al vacío absoluto, es su regalo. El lugar señalado era, sin lugar a dudas, un callejón sin salida y, aunque podría darles el beneficio de la duda porque ellos fueron hasta su oficina y el presunto centauro ya pudo haberse ido a quien sabe dónde, no pudo evitar señalar dicho lugar con un suspiro que simulaba decepción.
— En todo el trayecto hasta esta zona no me he cruzado con ningún indicio o prueba de que en algún momento un centauro camino por estos pasillos —Comenzó, mientras encaraba a los niños que se atropellaron entre sí para discutirle; alzó su mano, ganando así el silencio de los chicos, aunque parecían listo para explotar y seguir vomitando información—. Esto deja mi suposición primaria, ¿fueron sus compañeros los que incitaron a hacer esta broma o alumnos mayores? —La voz, tranquila y casi paternal, se filtró como arma de doble filo. Cuidadoso, esperando que alguno llorase la verdad. No fue así, mantuvieron firmemente su afirmación de la criatura mágica y debió de mandarlos a callar otra vez. No los quitó puntos, pero sí les dio un castigo por faltar a clases, también los mandó a que ingresaran a dicha faltante para que el profesor mismo les impusiera la sanción que sintiera adecuado. Se quejaron, abiertamente, cómo sólo alumnos de primeros años harían, antes de irse cuando les regaló una segunda mirada y alzamiento de ceja; casi los retó que dieran otra queja más. No hizo falta para que ellos huyeran al final.
Stanford, ahora en soledad, se giró para mirar el callejón nuevamente. No había ninguna marca o cualquier aspecto fuera de lugar que marcara lo que ellos afirmaban; pero una parte profunda, extraña en su ser, lo hacía dudar. Frunciendo su ceño, ingresó lentamente, su mano se curvó cerca de la pared sin tocarla. ¿Cuántas posibilidades reales habían de que una criatura mágica ingresara al establecimiento? Parecían nulas, pero el eco perdido de los cascos sólo parecían querer contar una historia diferente.
Cualquiera es bienvenido. La idea es que ya esté terminando el horario de clase que los alumnos comiencen a juntarse en los pasillos, mientras Stanford está, como loco, mirando fijo el callejón (?)
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Re: • The echo of his steps
Salió del Gran Comedor en dirección al séptimo piso de la Torre Norte, portando aún aquella sonrisa congelada y evitando cualquier contacto visual. Estaba demasiado metida en su mente para atender a nada más. Llevaba días intentando descifrar aquello, quizás se refería -a nivel personal- a algo que hacía en su vida que no tuviese sentido para ella, algo que a la larga le perjudicaría. Pero, ¿y si el mensaje no era para ella? Puede hacer más bien referencia a su alrededor. Acontecimientos que, tal y como reflejan las hojas de té, no tengan sentido o sean imposibles. Otra posibilidad fuera que nada tuviese sentido y todo aquello fuese un bloqueo, no sería la primera vez que le pasaba.
Apuntaba todos aquellos pensamientos en una pequeña libreta sin parar de andar cuando, a la altura del ala Este del castillo, alguien le llamó su atención. Reconoció de lejos la figura del profesor Gardner, que parecía estar ahí sin más, mirando a la nada. —Vaya, y yo que pensaba que era la única que tenía visiones, —dijo al llegar a su altura, cerró de golpe el cuaderno que sostenía y se colocó de nuevo los anteojos que descansaban en el cuello de su americana morada. De cerca veía menos que un topo.— ¿Qué le ha enseñado la divina clarividencia esta vez, profesor?— Las puertas de los pasillos se abrían en aquel momento comenzando a salir algunos alumnos de las aulas. — ¡Ah! En breve comienzo mi clase. Por cierto, ¿cómo lleva usted las suyas? El primer año siempre puede llegar a ser un poco estresante. —
Re: • The echo of his steps
— ¿Visiones? —La sinceridad se filtró en sus palabras, con un toque de curiosidad extra. Recordó, fácilmente, que exactamente esa era la materia que ella daba y que, si realmente existió algo fuera de lo común allí, era más probable que ella lo supiera de entre todo el personal. Había algo con los profesores de Adivinación que los volvía curiosos y peligrosos. Lejos de inmutarse por el ruido sordo del libro cerrarse, ladea levemente su rostro hacia un costado—. Lamentablemente no, sólo un par de bromistas. Dos niños afirmaban haber visto un centauro aquí mismo —Hizo un movimiento suave con su mano, con un deje de escepticismo y diversión clara. Sus ojos se desviaron de ella y se posaron en el callejón; si fuera una persona o hasta un ser emocional, seguramente se burlaría de él—. Algo imposible, claramente.
Decidió no darle vueltas al asunto, no quería generar ningún tipo de creencia errónea sobre su persona con el resto del personal. Si había algo siempre supo de esta clase de centros, era que los rumores volaban demasiado rápido, por mucho que se intentara ser discreto. Una escuela mágica nunca es el mejor lugar para guardar secretos y mucho menos ser considerado un demente. Con cuidado desvió su mirada nuevamente a ella e hizo un movimiento suave para comenzar a caminar, pidiéndole mudamente que lo acompañara.
— Seré sincero: demasiado tranquilo, pareciera ser que los alumnos tienen miedo a los profesores de Defensa, por una razón que no logro comprender —Recuerda su primera clase, cuando anuncio la sustitución del anterior profesor y se presentó ante ellos; a pesar de haberlo sido presentado en el comedor más temprano. Recuerda la mirada de pánico que algunos de Hufflepuff le regaló, mientras que el resto parecían en espera de que hiciera algo, lo que sea, que les diera una excusa para salir corriendo o apuntarlo con sus varitas. Niños ingenuos, claro está—. Pero claramente las clases particulares eran otra cosa, tantos alumnos a la vez un poco… ¿desconcertante? —Habló con cuidado, como si pensara demasiado bien sus palabras y lo hacía, quería dar una faceta de su personalidad amigable ante ella y casi “cariñosa” con los alumnos. Necesitaba crear una buena figura de sí mismo, no por el puesto en sí, sino por necesidad simple y mundana de supervivencia—. ¿Algún sabio consejo que pueda otorgarme, Señorita Becker?
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